Poesía ¿versus prosa?

Me he tropezado hace un momento con el decálogo de Nietzsche "para escribir con estilo". El mandamiento número 9 reza: "El tacto del buen prosista en la elección de sus medios consiste en aproximarse a la poesía hasta rozarla, pero sin franquear jamás el límite que las separa." Y vaya si tiene su encanto la prosa poética; creo que hay quien afirma, con razón, que la prosa es poética o no es prosa. Pero si toda (buena) prosa tiene de la poesía el ritmo, elemento indiscutiblemente poético, la prosa poética tiene además el poder de "condensación" que logran las imágenes, las sinestesias, las sinécdoques, las metonimias, las metáforas... una prosa sintética, contundente, predominantemente elíptica. Después vendrán los poemas en prosa, prosopoemas o antipoemas, según el autor de turno. En esta época de síntesis eclécticas, tantas veces paradójicas, parece natural que poesía y prosa se fundan de diversas formas. Como amante de la poesía y enemiga de las parrafadas grandilocuentes, quiero rescatar esta joyita extraída de las "fantasías" del Gaspar de la Noche, del francés Aloysius Bertrand (1807-1841). El mismo autor se referiría a su obra como al "libro de sus dulces predilecciones, donde había intentado crear un nuevo género de poesía", y lo reconcentrado de sus historias responde a una labor de depuración que realizó durante años.

Henríquez
Conozco que mi destino
es de ahorcarme o de casarme.
Lope de Vega
-"Hace un año que os vengo mandando, dijo el capitán; ya es tiempo que uno de vosotros me suceda. Me caso con una rica viuda de Córdoba y renuncio a la navaja del bandolero a cambio de la vara del corregidor". Abrió el cofre: el tesoro a repartir era un entremezclado montón de cálices, joyas, doblones, una lluvia de perlas y un río de diamantes. -"Para ti, Henríquez, los pendientes y la sortija del marqués de Aroca; ¡para ti, que le mataste de un tiro de carabina en su silla de posta!" Henríquez calzó en su dedo el ensangrentado topacio y colgó en sus orejas las amatistas talladas en forma de gotas de sangre.

Tal fue la suerte de aquellos pendientes con los que un día se adornó la duquesa de Medina Celi y que Henríquez, un mes después, regaló a cambio de un beso, a la hija del carcelero de su presidio.

Tal fue la suerte de aquella sortija, que un hidalgo había comprado a un emir al precio de una yegua blanca, y con la cual Henríquez pagó un vaso de aguardiente minutos antes de ser ahorcado.